jueves, 23 de octubre de 2008

El Otoño
















Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y, en la caída clara de sus hojas,
se lleva al infinito el pensamiento.

Qué noble paz en este alejamiento
de todo; oh prado bello que deshojas
tus flores; oh agua fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento!

¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de una colina!

En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina.

(Autor: Juan Ramon Jimenez)
Poeta español y premio Nobel de Literatura


¿Acaso minusvaloramos el verano? Los días eran tremendamente largos, nuestro ánimo exaltado, y nuestra líbido se disparaba. Sin embargo estábamos aletargados, perezosos, el calor secaba nuestros cerebros ¿no es más agradable está quietud decadente del otoño? Días cada vez más cortos y una difusa luz pura y grisacea que nos acaricia sin prestarnos atención, como si estuviera atareada con otras cosas, a las que tampoco presta mucha atención, como si con su misma luz, ya nos quisiera dar pautas de comportamiento en estos días, cominarnos a la reflexión apagada, carente de excesiva emoción, pero romántica, bella al fín en su melancolía decadente. Es hora de dejarnos arrastrar por el húmedo suelo árido del otoño, mecidos por el frío viento, como hojas secas caídas del otrora luminoso arbol de inmensas ramas que hoy nos abandona a nuestra suerte, perdido nuestro bello color, hoy somos marrones y ásperos, pero amontonados entre otros cientos de hojas huérfanas como nosotros conservamos nuestra forma original, no menos bellos en nuestro letargo final que el día en que vimos nuestro primer rayo de sol.

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